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Por Stella Álvarez

Esta semana conversamos con el científico brasilero Everlon Rigobelo profesor de la Universidad estadual Paulista (Unesp), agrónomo y experto en microbiología, quien tiene una propuesta para salvar nuestros suelos de la degradación: usar las bacterias como fertilizante. La iniciativa del profesor Everlon llamó nuestra atención cuando la conocimos en una revista científica y nos pareció curiosa, pero hablando con él, comprendimos que su idea consiste en revivir los pasos que dio la naturaleza para afianzar la vida en la tierra.

Conversar con el profesor Everlon permite maravillarse con la ciencia y con la belleza de la naturaleza al mismo tiempo. Él lo dice con contundencia: “Los microorganismos, como por ejemplo las bacterias, están aquí hace aproximadamente 4 mil millones de años. Las plantas surgieron hace 700 millones de años, entonces, cuando las plantas surgieron en el mundo, los microorganismos ya estaban adaptados, totalmente adaptados para vivir en las condiciones de ese entonces”.

Pero no sólo fue que los microorganismos estuvieron primero que las plantas, científicos como el profesor Everlon piensan que es a ellos a quienes debemos el éxito de las plantas en su empeño por habitar el planeta y por lo tanto, el éxito también de la especie humana para subsistir. El proceso se puede resumir así:

“Como en todas las especies, aquellos microorganismos que no se adaptaron fueron eliminados y sobrevivieron los que funcionaron para vivir en aquella tierra primitiva donde no había la disponibilidad de nutrientes que existe hoy; no había material orgánico, la temperatura era muy alta, había los ciclos de lluvia, era una condición muy adversa y sin embargo los microorganismos vivieron así. Entonces, cuando las plantas surgieron, ellas tenían un gran riesgo de fracasar en su intento de colonizar la tierra.  ¿Y ahí qué pasó? Hubo la interacción microorganismos – plantas. Nosotros creemos que esa interacción que conocemos hoy, que es muy fuerte, esa interacción planta-microorganismo, surgió desde el mismo comienzo de las plantas; y los microorganismos son los grandes responsables del éxito que tuvieron las plantas en colonizar todos los ambientes terrestres”.

La propuesta del profesor Everlon es a la vez simple y compleja: cada planta interactúa con una cantidad enorme de microorganismos pero de unas cuantas variedades. Ella los escoge porque le ayudan a potenciar su crecimiento. Son muchos en número, pero el 95% son de la misma especie, ya que de alguna manera, es la interacción la que le conviene a ambos al microorganismo y a la planta. Cada planta tiene un mundo de interacción en la zona llamada rizosfera que se encuentra cerca a sus raíces. Así que: “No estamos inventando nada; estamos proponiendo favorecer con bacterias el crecimiento de las plantas que usamos para la alimentación de los seres humanos. Nutriendo los suelos con microorganismos, porque el suelo es un organismo vivo que es a la vez químico, físico y biológico. Hasta ahora se ha privilegiado el uso de químicos para su fertilización, creemos que es necesario retomar sus interacciones biológicas naturales para proteger el suelo de la degradación y a la vez para favorecer el crecimiento de las plantas que nos sirven de alimento”.

El grupo de investigación de la Universidad Estadual Paulista (Unesp) a la que el profesor Everlon pertenece, en concreto estudia el uso de 23 especies de microorganismos que han demostrado tener un efecto potenciador del crecimiento de varios tipos de plantas que son estratégicas para alimentar a los seres humanos.

El uso de seres biológicos como las bacterias, que de manera natural ya se encuentren en el suelo, puede ser una solución a su degradación ocasionada por el uso intensivo de grandes extensiones de tierra en monocultivos y por la fertilización con sustancias químicas, además de la fumigación con productos de alta toxicidad como los que se emplean desde hace varias décadas en la agricultura.
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Por Stella Álvarez

Esta semana estuvimos conversando con Kourtnii Brown, una de las fundadoras y directivas de la Alianza de California para el Compostaje comunitario. Hablamos sobre una ley aprobada en el Estado de California en Estados Unidos, que nos invita a hacer del planeta un mejor lugar, y sobre todo a hacerlo, desde nuestra casa. Esta Ley busca que el 75% de los residuos orgánicos producidos en las casas y locales de ciudades como Los Ángeles, San Francisco o San Diego, se conviertan en el compostaje que usarán los agricultores del estado de California para la producción de alimentos. Algunos han llamado a este nuevo producto, es decir al compostaje casero y comercial, el “Oro café”.

El compostaje se produce con los residuos orgánicos de los hogares y los locales comerciales como por ejemplo cáscaras y semillas de frutas, verduras, plátanos, residuos de comida, hojas caídas de los árboles o césped podado en los jardines; Kourtnii nos dice con total convicción: “hablando de residuos orgánicos, si estuvo vivo alguna vez, volverá a estarlo”. Estos productos orgánicos se separan del resto de la basura, se depositan en recipientes especiales y se conservan bajo ciertas temperaturas y condiciones, para que no produzcan malos olores o mosquitos y para que el resultado sea un compostaje útil en el cultivo de alimentos.

Esta Ley entró en vigencia este 2022 y es revolucionaria en todo el sentido de la palabra. En primer lugar y salta a la vista, tiene la ventaja de cambiar el uso de productos sintéticos químicos por productos orgánicos para alimentar los suelos destinados a la producción de alimentos. Los residuos orgánicos aportan nutrientes naturales y contienen los microbios necesarios para la fertilización y regeneración de los suelos. Además, como se sabe, los residuos orgánicos de los hogares y de locales comerciales son responsables por el 50% del gas metano de la atmósfera, que es un gas de efecto invernadero. Darles un tratamiento sostenible alivia la salud del medio ambiente.

Pero la novedad de la Ley también está en sus aspectos sociales. Su espíritu comunitario la hace diferente. Se propusieron que la salida al problema de los residuos y del agotamiento de los suelos no fuera de naturaleza industrial, como ha sucedido en muchos países, en donde una gran empresa dispone, aprovecha y comercializa los residuos orgánicos. Kourtnii nos dice: “Con las estrategias industriales, muchas veces los residuos se colocan cerca de comunidades de bajos recursos y la congestión de camiones puede empeorar los problemas ambientales como la calidad del aire. También puede empeorar los problemas de justicia social. Por ejemplo, cuando exportan sus “desechos” a otra comunidad en vez de usarlos para algún beneficio de la propio”. Con la Ley de California el propósito es que sean las organizaciones comunitarias locales las que administren y dirijan los lugares necesarios para la logística del programa y se beneficien de los recursos económicos obtenidos. Las comunidades representadas por sus organizaciones como por ejemplo la Alianza de la que Kourtnii participa, son las que deciden cómo se recoge el compostaje, se almacena y se transporta. Ellas además realizan un intenso trabajo educativo virtual y presencial para que personas en sus hogares, instituciones, o en los locales comerciales puedan aportar al éxito de la iniciativa.

La ley es ambiciosa en sus metas: esperan que en el año 2025 de los 26 millones de libras de desperdicio orgánicos que  anualmente son producidas por los hogares y establecimientos comerciales del estado de California, el 75% (20 millones) sean compostadas. A pesar de sus exigentes metas, compostar no es obligatorio para las personas en sus hogares ni para propietarios de locales comerciales. La ley invita, persuade. Para quienes sí es mandatoria, es para los gobiernos de las grandes ciudades y de los pequeños municipios. Ellos deben garantizar que existen los mecanismos necesarios, para la logística y demostrar el cumplimiento del porcentaje de compostaje respectivo.

La ley de compostaje comunitario de California es un esfuerzo colectivo en donde cada eslabón: los hogares, las organizaciones sociales, las administraciones locales, tiene un compromiso. Sin la participación de cada uno la iniciativa puede fracasar. Pero los beneficios también son colectivos, son muestra de una nueva economía social y ambientalmente sostenibles.

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Por Stella Álvarez

Jairo Restrepo es toda una institución en el campo de la agroecología mundial; su nombre y el de su proyecto, que bautizó “La mierda de vaca” se confunden y dan la sensación de ser lo mismo. Nació en Colombia pero su trayectoria de vida está vinculada a otros países y muy particularmente a Brasil, desde donde hace 40 años empezó a irrigar al mundo entero una propuesta que es a la vez filosofía de vida, proyecto social y práctica cotidiana: La agricultura orgánica más conocida como agroecología.

Su trabajo inició en 1980 cuando un compañero en Brasil encontró que la mierda de vaca se podía fermentar y convertirse en un fertilizante natural, al alcance de la mano para muchos agricultores. Empezaron a divulgar este saber en todo el país y desde ahí a Sur y Centro América, después a África, Europa y al resto de continentes. Se dio cuenta de que no se trataba de una simple técnica sino de un saber liberador para los campesinos y para la misma tierra: “Lo nuestro realmente ha sido una bio-revolución en manos de campesinos y campesinas. La mierda de vaca es una herramienta liberadora que se antepone al mercado global de la fertilización”.

Desde entonces su trabajo consiste en difundir la necesidad de una agricultura liberada de los productos hechos a base de petróleo como la que hoy domina el mundo y libre también de los monopolios de las empresas multinacionales que controlan los insumos, las semillas y la tecnología. Jairo tiene claro que su propuesta es una agricultura para la vida, que no considera alternativa porque “no tenemos otra opción, estamos frente a la vida o la muerte”. Pero contrario a la primera impresión que puede causar, su proyecto no consiste principalmente en reflexionar sobre los problemas y proponer nuevas teorías. Él inventa, crea y recrea, recupera fórmulas, caldos nutritivos y herramientas concretas para el avance de la agricultura orgánica. Ese conocimiento lo lleva a cada rincón del planeta ya sea a través de cursos presenciales o virtuales multitudinarios. Miles de personas, si, aunque cueste creerlo varios miles de personas ven sus videos donde enseña las técnicas agroecológicas, hacen preguntas, siguen sus indicaciones y así han construido una comunidad universal.

Este proceso de creación y recuperación de técnicas de la agricultura para la vida, es también un proyecto pedagógico de transformación social. La producción de conocimiento es el resultado del trabajo de toda la comunidad que integra al proyecto La mierda de vaca, es decir, miles de personas alrededor del mundo. Hace parte de la dinámica de interacción de los procesos de capacitación virtuales y presenciales. “Nosotros construimos propuestas tecnológicas trabajando con los campesinos alrededor del mundo, recuperando con ellos técnicas que han sido desplazadas, valorando los conocimientos de todos y convirtiéndolos en saberes prácticos que puedan ser implementados en el día a día”. Es una combinación de un saber ancestral con una capacidad técnica y operativa porque reconocen la necesidad de la tecnología, de una tecnología para la vida.

Su propuesta rebelde, como él la califica, cuestiona seriamente el papel que actualmente juegan las universidades. Cree más en el saber que se construye por fuera de ellas: “No solamente porque imparten conocimientos vetustos y anquilosados, sino porque están hechas para obedecer, no para cuestionar. Los sistemas de investigación de las universidades en casi todo el mundo están dirigidos por las industrias y financiados por las multinacionales, así que no es un saber confiable que pueda resolver los problemas urgentes que enfrentamos”. Por todo eso nos deja claro que la agricultura ecológica no es solo una técnica, tampoco es el reemplazo de insumos ni de fertilizantes. Es una propuesta educativa, de investigación y de comunicación entre iguales: “Se trabaja con la comunicación donde ambos sabemos, ambos ignoramos y en esas dificultades nos reconocemos mutuamente”.

La propuesta de agricultura orgánica es sin duda, tal como lo demuestra Jairo Restrepo, una filosofía de vida, una practica social y política, una forma radicalmente diferente de vivir, de relacionarnos entre nosotros, de producir conocimiento y de alimentarnos. Ojalá comprendamos pronto que el cambio no da espera.

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Por Stella Álvarez

Bruno Vasquetto y su familia tienen una finca en Córdoba, Argentina, donde practican desde hace varios años una manera alternativa de criar vacas para el consumo de su carne. Algunos llaman a este conjunto de nuevas prácticas “carne agroecológica” pero él prefiere llamarlo ganadería regenerativa. Conversar con Bruno es recibir toda una clase sobre los problemas derivados de la cría convencional de ganado vacuno, los herbívoros, su importancia en los ecosistemas, en la salud del planeta y de los seres humanos y, como trasfondo, los retos que enfrentan los medianos y pequeños productores de alimentos en el campo.

Para comenzar la conversación le pedí que nos explicara cuál es el fundamento de la ganadería regenerativa. Nos dice que primero hay que entender que la producción de carne hoy enfrenta múltiples cuestionamientos por parte de la sociedad. Pero tal vez se comete un error al tratar de meter todos los problemas en una misma bolsa. Nos cuenta que, como su nombre lo indica, se parte de reconocer que se requiere una regeneración de la naturaleza porque ya se le hizo un daño considerable. “La ganadería regenerativa es una imitación de cómo se comportan los herbívoros en la naturaleza como las vacas y las ovejas. Lo que proponemos es imitar ese sistema, pero hacerlo en condiciones contemporáneas. Los rumiantes pueden ser una gran herramienta para gestionar los ecosistemas si se crían en las condiciones adecuadas”.

Y es que la familia de Bruno llegó a esta decisión porque enfrentaron una realidad cruel: cultivaban soya de manera convencional, tuvieron una crisis económica, pero también evidenciaron el deterioro y la degradación de su finca: llovía y el agua escurría, se morían los árboles, había baja infiltración de agua en el suelo. “Esa alarma financiera y ambiental nos hizo replantear lo que estábamos haciendo. Ya no basta con conservar, hay que regenerar, y en la medida en que se regenera el campo, se regeneran las personas”.

Las condiciones que por miles de años tuvieron los herbívoros, Bruno las resume así: “ellos estaban siempre en grandes grupos compactos, iban pastoreando en manada, por periodos cortos. Se iban moviendo permanentemente hacia un lugar nuevo debido a la presencia de depredadores. Hoy, podemos imitar ese comportamiento y mejorar la captación de CO2 y regenerar el suelo y el ecosistema”. Nosotros en el Mate tenemos dos criterios básicos: primero el bienestar animal respetando el comportamiento y la naturaleza de cada especie —él, de manera jocosa, nos dice: “hay que respetar la gallinez de la gallina”—, y en segundo lugar pensar de manera holística en tres componentes: el suelo, el pasto y el animal. Si hay suelo sano, hay pasto sano y animales sanos y como resultado, una mejor salud para los seres humanos.

Aplicando estos principios, en concreto, en el Mate los animales comen solamente pasto, se mueven en manada y todos los días se les dan porciones de pasto fresco. Así, los pastos pueden descansar por periodos. Ellos no alimentan a los animales con cereales como en la ganadería convencional industrializada, ni cuidan los suelos con productos químicos como también se hace hoy en la producción en masa. “Hace 10 años que no usamos productos químicos y nuestros resultados han sido muy satisfactorios”.

Cuando iniciaron estos cambios, El Mate era uno de los escasos proyectos con esta nueva forma de crianza de animales. Hoy ya son muchos criadores que han emprendido la trasformación. Y es que los problemas actuales como, por ejemplo, la pandemia por un virus que se originó en animales, los costos de los cereales por la guerra en Europa, los precios de los insumos para nutrir el suelo, entre otros, ha hecho que muchos se sumen. Y es que Bruno no tiene dudas en creer que la ganadería regenerativa es la alternativa para la subsistencia del pequeño y mediano productor.

Una cría alternativa de animales para el consumo humano es urgente. El deterioro medio ambiental derivado de la crianza industrializada y las consecuencias para la salud del medio ambiente y de las personas reclaman cambios impostergables.

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Por Stella Álvarez

Esta semana tuvimos la fortuna de hablar con Bárbara Masoner, una de las fundadoras y codirectora del Grow Local Colorado Park ubicado en Denver, el primer y más grande parque comestible de Estados Unidos. No se trata de un solo lugar, sino de un conjunto de parques de la ciudad y de jardines caseros dedicados al cultivo de hortalizas, vegetales y frutas que se entregan a personas necesitadas, que se alimentan en albergues, iglesias, bancos de alimentos y comedores populares.

Nacieron en 2008 como salida a la crisis financiera mundial, que trajo hambre y sufrimiento a miles de hogares de clase media y pobres a lo largo del país. “Un grupo de amigos nos reunimos para pensar qué podíamos hacer, queríamos ayudar a resolver el problema del hambre, pero con una mirada de equidad y sustentabilidad; empezamos con un solo jardín, y todo lo cosechado lo llevamos a un albergue; ahora somos un proyecto con 19 lugares, la mayoría de ellos son parques públicos incluyendo el Civic Center Park de Denver que es el más grande de la ciudad y el Parque que rodea la mansión donde funciona la gobernación del estado de Colorado”. Con el tiempo a la iniciativa de cultivar en los parques de la ciudad, se sumaron personas que empezaron a hacerlo en los patios de sus casas y crearon los jardines comestibles, pero manteniendo el mismo compromiso que es el corazón del proyecto: lo que se recoge, se lleva a los sitios donde se alimentan personas necesitadas.

La vocación por la solidaridad, el cuidado del medio ambiente y el desarrollo local se afirman en cada eslabón del proyecto. Todo el trabajo de cultivo, cuidado, recogida y entrega la hacen voluntarios de todas las edades. “No sembramos una planta sin que esté claro quién la va a recibir. El año pasado tuvimos voluntarios de escuelas primarias que ayudaron a cultivar y a cuidar algunos parques”. El agua necesaria para regar los cultivos la provee la alcaldía local, las semillas son nativas, provienen de donaciones y la producción es orgánica. A causa del clima que varía por las estaciones, inicialmente sólo cultivaban en un periodo de mayo a septiembre que incluye el final de la primavera, el verano y el principio del otoño, en los últimos años la alcaldía municipal les permitió sembrar árboles perennes y gracias a esa decisión hoy cultivan todo el año alimentos variados como: lechuga, tomates, zanahoria, berenjenas, albahaca, manzanas, pepinos y eneldos. El año pasado fue el de mayor producción con una cosecha de 9770 libras de alimentos.

Una de las cosas que más nos llamó la atención fue que Bárbara insistiera en que tienen voluntarios de todas las edades y de diferentes condiciones; además, que no se trata de fomentar la idea de que hay unos que dan y otros que reciben. “Tenemos personas hasta de 80 años, No hay un solo perfil de voluntarios. Lo único que tienen en común es que sienten compasión y que quieren que las cosas cambien y ayudar a cambiarlas”. Nos explicó que los jardines funcionan de manera independiente. Por ejemplo, hay algunos que son cultivados y cuidados por personas en rehabilitación de drogadicción, otros por quienes hacen parte de  iglesias y así, cada jardín comestible, no sólo resuelve las necesidades de alimento sino que también hace parte de los proyectos de vida de sus guardianes.

La vocación comunitaria de este proyecto es contagiosa. Le preguntamos que si, por ejemplo, alguno de nosotros iba caminando por uno de los parques comestibles y se antojaba de una manzana la podía tomar y nos dijo sin dudarlo: “Si, claro, pero nadie lo hace”. No necesitamos más explicación para comprender cómo la comunidad en general ha asumido el sentido que inspira todo el trabajo.

El Grow Local Colorado Park y convertir los parques en comestibles, es una manera de enfrentar colectivamente el desafío de alimentarnos y de garantizar que lo hacemos todos.  Nos trae la certeza que los parques son tan públicos, como pública debería ser la discusión sobre la realidad de que hay personas sin alimentos suficientes o sin alimentos saludables. También nos revela que las salidas solidarias pueden ser tan bellas como el más bello jardín.

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Por Stella Álvarez

Ella se dotó a sí misma de un nombre: Arco Iris aunque se llama Lucero Blanco que también suena poético y luminoso. Tiene una voz suave pero no hay duda que está convencida y que tiene confianza plena en lo que hace. Junto con su esposo y sus cuatro hijos pertenecen a AgroSolidaria, una red de 32000 familias vinculadas entre sí, para la  producción, el transporte, la venta y el consumo de alimentos provenientes de la agricultura familiar y campesina en 19 departamentos de Colombia.

AgroSolidaria nació hace 30 años por iniciativa de nueve personas vinculadas a trabajos comunitarios en Boyacá, un departamento dedicado al cultivo de alimentos realizado en pequeñas parcelas donde se producen frutas, verduras y hortalizas. Hoy la red es una gran confederación que aglutina 137 procesos asociativos relacionados con la producción, procesamiento, venta de alimentos y turismo ecológico, todos dedicados al fortalecimiento de los entornos rurales y al bienestar de sus habitantes.

Sus actividades giran alrededor de las familias asociadas: “pretendemos que cada familia satisfaga sus necesidades, genere excedentes económicos y tenga un plan de vida digno”. Al mismo tiempo tienen objetivos sociales como recuperar alimentos autóctonos que han sido desplazados por la agricultura industrial, protegen la diversidad alimentaria: “hemos logrado recuperar ocho variedades de trigo criollo”, impulsan la producción agroecológica, el cuidado del agua y del suelo. Fruto de este proceso hoy apoyan la producción y el comercio de más de 750 alimentos frescos y transformados tan diversos como chia, quinua, frutos amazónicos como el cacao, arroz, castaño, miel, ajonjolí, maíz, mora, gulupa, además de productos procesados como conservas y jabones.

 

 

La red ha construido lo que denominan un “circuito alimentario” para lograr la sostenibilidad de los diferentes eslabones de la alimentación. Las familias vinculadas reciben apoyo técnico, insumos, asesoría y recursos económicos provenientes de los fondos solidarios originados en el conjunto del trabajo de la red y sus propios aportes; utilizan también el trabajo mutuo en convites y “mano cambiada” es decir,  formas tradicionales de apoyo entre vecinos para la producción de alimentos y el intercambio de sus beneficios. Tienen además plantas de transformación como la usada en el proceso de la quinua, el cacao y la miel. Para la venta de los productos poseen sus propios locales de acopio y distribución y participan de mercados locales.

La venta de los productos originados por las familias es su proceso más reciente y más retador. Se trata no sólo de tener locales, sino además de aprender sobre el comercio de alimentos que está monopolizado por las grandes cadenas de supermercados. Es en este proceso de venta en el que Lucero se ocupa en un almacén en Bogotá, trabajando para lograr ese equilibrio difícil que es el comercio justo: “nosotros generamos nuestros propios procesos de distribución para que el productor reciba lo justo por su trabajo pero que el consumidor también pague lo justo, sin especulación; creemos que el comercio justo es necesario para que se le retribuya toda la labor realizadas en todos los eslabones, porque están interconectados. Por eso nuestro consumidor no es pasivo, es una familia que apuesta solidariamente por apoyar los procesos”.

Después de un largo rato de conversación entusiasta le pregunto sobre el impacto en la vida cotidiana de las familias. Cierra los ojos y se nota que no tiene que pensarlo mucho. Piensa en la de ella. “Los niños ven que el trabajo los beneficia en el plato. Cuando mis hijos se sientan a comer por ejemplo, nuestras papas nativas, me dicen: mami nosotros si comemos muy rico, ¿cierto?”.

Le pido entonces que me defina desde su sentir qué es AgroSolidaria y dice “Somos una comunidad una gran familia. Somos más  que una red, porque hay calorcito de corazón. Somos una familia y a las familias las une el amor, las relaciones y el alimento rico”.

Las formas asociativas en todos los eslabones del proceso alimentario son la alternativa a la crisis global; el alimentarse saludablemente es un derecho que debe ser garantizado a todos los habitantes del planeta. Pero no cualquier alimento ni cultivado y transformado de cualquier manera. Su producción y comercialización también deberían ser considerados bienes comunes.

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SALIDA #2



Por Bernardo Galindo Cardona

Llevados de la mano por la inteligencia y sensibilidad de Eduardo Pablo Spiaggi y Mauro González nos asomamos a conocer una experiencia que nos habla de la producción y distribución de harina integral de trigo agroecológico, que han venido desarrollando desde finales de 2019 pequeños productores de trigo en varias provincias de Argentina.

Eduardo, un experimentado investigador, profesor de Biología y Ecología de la Universidad Nacional de Rosario, representante del Proyecto Agroecológico Casilda (PACa) y Mauro, un representante de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), organización que defiende los intereses de 22.000 familias pequeño productoras campesinas e indígenas, que viven en 19 provincias de Argentina,  junto, con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), pusieron en marcha las acciones necesarias para resolver problemas críticos que enfrentaban los productores de harina integral de trigo agroecológico de Entrerios, Santa Fe, y la provincia de Buenos Aires.

En el centro de la vida nos ponen Eduardo y Mauro, porque el asunto del que hablamos es la comida de cada día. Ellos nos recuerdan que el 70% de los alimentos que se consumen en las grandes ciudades lo producen los pequeños campesinos. En Argentina el 85% de ellos trabajan la tierra todavía con el método de agricultura convencional.

Los campesinos de Entrerios, Santa Fe y Buenos Aires que producen con método agroecológico se dieron cuenta de que moler el cereal les representa un valor económico agregado de 15% a 20% debido a la demanda que la harina integral de trigo tiene en la comunidad; pero no todos ellos accedían a la posibilidad de tener un molino y tampoco tenían una adecuada red de comercialización de la harina.

Entonces la UTT puso en marcha la cadena de trigo agroecológico empezando por el impulso a la comercialización, aprovechando la estructura con que cuentan: lugares de expendio en la capital, centros  mayoristas, almacenes propios y otros de particulares  que se han unido para vender productos agroecológicos.  La carencia de molinos, por ahora, se ha resuelto mediante redes de apoyo entre los mismos productores.

“Hace falta más apoyo de las políticas públicas tanto de la Secretaría de Agricultura Familiar como de la Dirección Nacional de Agroecología  para resolver la carencia de molinos  entre los productores  de  la agricultura familiar”, asegura Eduardo Spiaggi, que desde PACa -en asociación con un molino de Casilda- pudo avanzar en un producto que para muchos pequeños productores aún no es posible: la producción de harina blanca.

Los resultados: superación del uso de agroquímicos y de semillas transgénicas, producción de alimentos orgánicos y agroecológicos, mayores volúmenes de cosecha, venta al mercado de toda su producción, creación de mercados de cercanías y organización de  redes de comercio justo, valor agregado en sus producciones que les deja más ganancia económica, mayor arraigo a la tierra  de los campesinos que salen de la agricultura convencional y, garantías para la salud humana y la salud de la tierra.

El trigo es un cereal fundamental en la dieta de la población Argentina y del mundo. Por lo mismo la cadena de producción está tomada por poderosas empresas multinacionales productoras de alimentos, por el sistema bancario y los especuladores financieros.

Superar paradigmas siempre es difícil, más cuando estos están soportados por la fuerza de poderosos intereses. Oponer a la contundencia de la irracional agricultura industrial, la alternativa de una lógica productora de alimentos practicando la agroecología y, ver que poco a poco esta va conquistando espacio en diferentes lugares del mundo, nos anima y nos siembra una esperanza que habrá de germinar en millones de panes que no sean caros, que no sean duros.