TERCERA TRAMPA
Donde manda capital…
El comercio de alimentos existe hace muchos siglos y se puede afirmar que ha sido practicado en todas las culturas, al menos desde que se utiliza la agricultura y la ganadería. Para nuestra época se consolidó un mecanismo de producción, comercialización y abastecimiento de alimentos, como parte de la globalización de la economía, que se nos vendió como fórmula para resolver el problema del hambre de todos los países, pero que en realidad ha resultado ser una gran trampa.
En pocos años el supuesto bienintencionado intercambio fue monopolizado por grandes empresas multinacionales que controlan el almacenamiento y el transporte y tienen gran influencia sobre la determinación de los precios internacionales de los productos más vendidos, los que hacen parte de nuestra comida diaria: trigo, maíz, arroz, soya, carne de vaca, pollo y mantequilla.
Entre los años 70 y 90 del siglo pasado, con la imposición del modelo neoliberal, se obligó a los países pobres a abrir sus mercados de alimentos y a comprar a los países desarrollados; con el argumento de las «ventajas comparativas» se propuso a los países pobres concentrarse en producir aquello en lo que fueran fuertes y competitivos frente a otros en el mercado internacional, y a cambio comprar a los países desarrollados sus productos a bajos precios. En pocos años el supuesto bienintencionado intercambio fue monopolizado por grandes empresas multinacionales que controlan el almacenamiento y el transporte y tienen gran influencia sobre la determinación de los precios internacionales de los productos más vendidos, los que hacen parte de nuestra comida diaria: trigo, maíz, arroz, soya, carne de vaca, pollo y mantequilla. Entre estas empresas hay cuatro grandes comercializadoras de cereales y granos alimenticios llamadas «las ABCD»: Archer Daniels Midland (ADM), Bunge, Cargill y Louis Dreyfus.
Producir alimentos es una actividad que tiene riesgos particulares derivados de múltiples variables como el clima, la oferta y la demanda, sin embargo el sistema de protección social que cubría a la producción de alimentos, a las familias productoras y a la seguridad alimentaria nacional fue desmontado en los países pobres a partir de 1970. Desde ese momento una de las instituciones de comercio que más poder acumula en esta era de la globalización alimentaria es la Bolsa de Chicago (creada en 1851 y cuyo nombre real es Chicago Board Trade), algo así como la Wall Street de la comida, pues allí se define quién come y quién no. En esa bolsa se crearon mecanismos para especular con los precios de los productos agrícolas más comercializados, aumentando su volatilidad para garantizar las ganancias de los inversionistas especuladores asentados en todo el mundo. Los efectos de este sistema de control ya se han mostrado en forma de dos picos de aumento de precios de alimentos, el primero asociado a la crisis financiera global de 2008 y el segundo en el 2011; estos mecanismos han arrojado a millones de seres humanos al hambre, la mayoría de ellos niños y mujeres.
Una mirada atenta de nuestro diario vivir y su relación con la economía nos hace visible la existencia de esta trampa global que controla los alimentos en el mundo. Si mantenemos la atención, veremos sus componentes: la manera de producir, la especulación financiera, el acaparamiento de tierras en los países del sur, la volatilidad de los precios de alimentos y la existencia de monopolios que controlan su almacenamiento, transporte y distribución. Conocer esta realidad invita a actuar, a juntar voluntades, a construir estrategias que nos conduzcan a todos a buscar las salidas.